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Mayo de 2019

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Izquierda y arriba: Duke

Izquierda y arriba: Duke luce con orgullo el distintivo de la misión. Abajo izquierda: Duke (izquierda) con sus compañeros de la misión Apollo 16, Thomas Mattingly y John Young. Abajo: Duke fue la décima persona en pisar otro mundo.

EXPLORACIÓN FOTOGRAFÍA: GETTY IMAGES/SCIENCE & SOCIETY PICTURE LIBRARY/CONTRIBUTOR, GETTY IMAGES/ROLLS PRESS/POPPERFOTO/CONTRIBUTOR Charlie Duke siempre ha sido un aventurero, con una necesidad irrefrenable de explorar, antes y ahora. Con 12 años rastreaba las enormes formaciones rocosas y las cuevas de Coronado Island (California). A principios de este año, con 83, se dejaba atrapar por la naturaleza salvaje de su residencia de Carolina del Sur. Y, en 1972, en su expedición más famosa, pisó la Luna y dejó sus huellas en la superficie lunar, un testimonio indeleble de su aventura que perdura a día de hoy. Nuestros caminos se cruzan en un tranquilo café de Zúrich, donde Duke me explica una aventura tan extraordinaria que solo otros tres hombres vivos pueden contarla en primera persona. Sus ojos se iluminan y su voz se tiñe de emoción mientras narra la «TODOS LLEVAMOS épica aventura que vivió hace casi cinco décadas, en la misión Apollo 16. DENTRO UN «Mi recuerdo más persistente de esa experiencia es la sensación de vivir algo DESEO INSTINTIVO increíble», afirma. «No de que fuera un DE EXPLORAR. sueño, pero sí de no terminar de creerte lo que has vivido. Solo 12 personas han tenido LOS VIAJES la oportunidad de pisar la Luna». Duke se convirtió en la décima persona y ESPACIALES (con 36 años) en el astronauta más joven en AYUDAN A pisar la Luna cuando salió del módulo lunar Orion que él mismo había pilotado tras la SATISFACER estela de John Young, comandante de la misión. Fue el paseo más importante de su ESTA ANSIA DE vida, y también el que había anhelado CONOCER EL durante más tiempo. Recuerda un programa de formación UNIVERSO». geológica de la NASA en el Gran Cañón, donde quedó absorto observando la Luna desde su saco de dormir, preguntándose si algún día conseguiría viajar hasta allí. Por eso, cuando lo consiguió, le invadió una sensación de alegría y también de victoria. «Estoy en la Luna, ¡por fin! ¡Estoy en la Luna!», recuerda con una sonrisa. Mientras se desplazaban de un sitio a otro a bordo del rover lunar, recorriendo las rocas, deteniéndose en el borde de los cráteres, escudriñando con cuidado las profundidades, arrancando piedras y recogiendo muestras para llevar a la NASA, la curiosidad y la sorpresa por todo lo que veían a su alrededor era constante: «¿Qué hay dentro de ese cráter? ¿Qué vamos a encontrar allí? ¡Así de maravillados y emocionados estábamos!». La cara se le ilumina al compartir estos recuerdos. La superficie de la Luna era fascinante, pero fue la visión de la Tierra desde el espacio exterior y su «abrumadora belleza» lo que más le cautivó. Esta imagen resultó reveladora para el astronauta: se dio cuenta de que, sea cual sea nuestro país de origen, «todos estamos a bordo de la nave espacial Tierra y tenemos que aprender a amarnos unos a otros». Duke lo recuerda todo como si fuera ayer: «Había tres colores: el marrón de la tierra, el azul turquesa de los océanos y el blanco de la nieve y las nubes. La Tierra era una joya suspendida en medio de la oscuridad del espacio». El negro del espacio era tan vivo y tan delicado que estaba convencido de que podría tocarlo con las manos. Quizás el contraste entre el brillo de la Tierra iluminada por el sol y la oscuridad del espacio era una metáfora de la vida de Duke, y de su propio viaje personal; tras su regreso a la Tierra, vivió una etapa especialmente oscura. «Los pensamientos que me venían eran: ”¿Qué vas a hacer durante el resto de tu vida?“, ”¿Qué desafío tienes por delante?“». En lugar de encontrar la paz tras haber alcanzado sus objetivos, la insatisfacción lo consumía; el fuego de la pasión que lo había aupado hasta la Luna seguía ardiendo en su interior, pero ahora no sabía cómo canalizarlo. Esta etapa de confusión casi le cuesta la familia. Pero Duke acabó encontrando la paz en la religión, recosió las heridas abiertas en su vida personal y luego empezó a viajar por el mundo contando la historia de su viaje a la Luna y de su viaje hasta encontrar a Dios. «Me tomo muy en serio la responsabilidad de compartir mi entusiasmo, sobre todo con los jóvenes», explica. «Explicarles que nunca sabes por dónde te va a llevar la vida». El interés de Duke por los viajes espaciales permanece intacto, alimentado por la nueva carrera espacial entre empresas privadas como SpaceX, Orbital, Blue Origin y Virgin Galactic. «Visualizo un futuro con grandes módulos habitables orbitando la Tierra. Soy un acérrimo defensor de tener una estación científica con presencia humana permanente en la Luna. Y creo que vamos a terminar viajando hasta Marte», asegura con convicción. Tras comprobar de primera mano las maravillas que nos ofrece el espacio, Duke aboga firmemente por los vuelos espaciales tripulados, no solo por lo que aportan en términos de avances tecnológicos, sino sobre todo porque dan respuesta a un rasgo común de los seres humanos: el afán irrefrenable de descubrir. «Creo que todos llevamos dentro una necesidad imperiosa, un deseo instintivo de explorar. Los viajes espaciales ayudan a satisfacer esta ansia de conocer el universo y la belleza de su creación». En este antiguo astronauta con más de ochenta años a sus espaldas, esta ansia sigue perfectamente viva: «De vez en cuando, me encantaría volver a la Luna». 47

 

Revista Land Rover

 

La revista Land Rover Magazine recoge en sus páginas historias de diferentes lugares del mundo que hablan de fuerza interior y de afán de superación.

En este número, ponemos a prueba el Defender de la mano de dos intrépidos y jóvenes aventureros mientras preparan una expedición al Polo Sur. También celebramos los 50 años del Range Rover participando en una ruta que descubre las maravillas de Dubái. Echamos la vista atrás, pero también miramos hacia el futuro: un grupo de visionarios nos explica las tecnologías que pueden cambiarnos la vida en los próximos años.

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