para protegerse del
para protegerse del hombre». Y aquí entra en juego el parque nacional Zuid-Kennemerland. Las nubes que llegan del Mar del Norte tienen el mismo gris que los laterales del Discovery, así que volvemos rápido al centro de visitantes, donde Esther continúa: «Por eso, cuando buscamos un animal de pastoreo para restaurar la dinámica de las dunas, ¡pensamos que el bisonte sería adecuado y podría hacer un buen trabajo!» Todos creían que estábamos locos, pero en 2007 importamos algunos de Polonia y ahora viven aquí sin problema». En el parque hay 13 bisontes: una manada de hembras y jóvenes, y tres machos separados que se mantienen alejados del grupo excepto durante la temporada de apareamiento. El proyecto reubica los bisontes que nacen en otros proyectos similares ya que una manada de 11-15 es óptima para el tamaño de la reserva. «Raramente los atendemos», Esther sigue. «Nunca los alimentamos, les dejamos vivir, criar y morir como los animales salvajes que son, en una antigua reserva de caza que nunca se abrió al público». Amanece soleado y cálido. Nuestro guía de hoy es el guardabosques Ruud Maaskant, un hombre de aspecto vikingo, recién cumplidos los 50, con un color de pelo y de la barba igual que el de las dunas y un aspecto tranquilo y confiado. «¡No os puedo prometer un bisonte!», exclama. «Van y vienen. Como el viento y la lluvia». Está totalmente en su hábitat en la parte delantera del coche, con el walkie-talkie maltrecho en el reposatazas y los ojos peinando el horizonte a medida que volvemos a la arena cambiante. Minutos más tarde, abre las puertas y salimos. Vamos a hacer esto a pie, como si fuésemos de camuflaje a acechar a un ciervo. Al sol matutino, la reserva, el Kraansvlak, es exquisita. Las violetas brillan en el rocío de la hierba, un zorro ladra a los vencejos. Delante de nosotros, un grupo de espinos hace sombra a un hueco de arena. «El bisonte hace estos pozos, dándose baños de arena», explica Ruud. «Es una parte crucial del ecosistema de las dunas. Las mantienen bonitas y dinámicas y llenas de insectos, de forma natural». Pero, ¿dónde está el bisonte hoy? Algunos de ellos, nos dicen, tienen collares con GPS que envían una señal cada cuatro horas. No se les puede La manada de bisontes de Kraansvlak avanza entre las dunas 36
El bienestar de los animales se mantiene siempre rastrear siempre, pero los guardabosques tienen una vaga sensación de dónde pueden estar. Ruud hace una señal. Agáchense. Casi nos arrastramos, rozándonos con la rosa espinosa. Entonces Ruud señala en silencio. ¡Ahí! Casi toda la manada de bisontes de Kraansvlak nos contempla, a un paso, con la silueta incongruente de las plantas siderúrgicas de IJmuiden recortada contra el cielo. Los ojos oscuros del bisonte son sombríos y reprobadores. Con emociones mezcladas (tristeza, deleite, culpa, euforia), me doy cuenta de que miro a un rostro de la Edad de Hielo, a algo del Tiempo profundo, a un animal venerado por el hombre del Holoceno temprano. También contemplo algo que, por derecho, no debería existir. La última especie superviviente de la noble megafauna europea. Y, a pesar de todo, aquí está, a unos 5 km del Aldi más cercano. Ruud agita una mano. Acercaos. Lo hacemos, pero se rompe una ramita, y el toro más viejo se pone en marcha y ya no están, se han adentrado en los bosques y las dunas, dejando una nube de polvo plateado. Y siento como si me hubiese despertado de un sueño. Un sueño hiriente pero hermoso. 37
